lunes, 15 de octubre de 2012

SIN OTOÑO, SIN PRIMAVERA: costumbrismo pequeñoburgués de alto vuelo




Esta ha sido una de las películas de las que una puede salir del cine contenta de haberse dado con ella una pedrada en la boca. Admito que algunos de nosotros no teníamos muchas expectativas respecto a Sin Otoño, Sin Primavera. Ver a un puñado de muchachos de la clase media guayaquileña –y por extensión, ecuatoriana– bebiendo/drogándose, fornicando, enamorándose y engañando a su pareja, no es asunto nuevo en nuestro país ni en el mundo, por tanto –y ese era mi razonamiento– para qué gastar en una entrada de cine si puedes ver lo mismo en vivo y en directo, y hasta con serias posibilidades de tomar parte en la trama.

Y es que uno de los temas más explotados tanto en el cine como en la literatura ecuatoriana contemporánea es, junto con las historias de marginados, la estampa fidedigna y cotidiana de un día cualquiera en la vida del burgués o pequeñoburgués promedio, la mayor parte de las veces inspirado en el mismo autor y su entorno inmediato. Se producen tantas películas y escriben suficientes libros sobre lo que le pasa o deja de pasar a cualquier hijo de vecino en Ecuador que lo menos que se puede esperar es un poco de originalidad a la hora de trabajar para dar forma a la temática ultra recurrente de la versión criolla de la trilogía sexo, drogas/alcohol y rock n’roll. Y Sin Otoño, Sin Primavera lo logra, y con creces. En este trabajo cinematográfico la edición lo es todo. Sin ese tratamiento tan meticulosamente anárquico, que concilia la tradición noventera a lo Pulp Fiction con la firma inconfundible de una película independiente, habría sido imposible recrear por enésima vez lo que ya se ha visto hasta el hartazgo con tanta sofisticación y –me atreveré a utilizar esta palabra tan asquerosa y corporativamente prostituida– profesionalismo. La película se desarrolla con soltura y estilo. La película se vende, sin necesidad de que su director, Iván Mora, haya tenido que sacrificar libertad creativa ni restado un ápice a la calidad de su trabajo y el de su equipo. Cierra el círculo el impecable performance de sus actores y una ecléctica musicalización, en la que se combinan bandas nacionales como Niñosaurios, Los Brigante o Pasajero, con tonadas ya conocidas de este y el otro lado del charco, con Ilegales de España a la cabeza. Todo esto, integrado a una provocadora campaña de marketing y publicidad, suman los ingredientes que auguran el éxito a la que considero la mejor película ecuatoriana realizada hasta el momento, en donde, de existir algún tipo de diletantismo y espíritu de aficionado implícito en ella, se ha visto bastante disimulado –y hasta me atrevería a decir que anulado– por el gran compromiso que el genio individual y el trabajo en equipo pueden dar de sí cuando la creatividad y el talento se proponen reemplazar al oficio.


El trailer no le hace justicia, una razón más para verla.


Ficha técnica:
Título Original: Sin otoño, sin primavera
País: Ecuador
Año de estreno: 2012
Dirección: Iván Mora Manzano
Guión: Iván Mora Manzano
Protagonistas: Enzo Macchiavello, Andrés Troya Holst, Paola Baldión, Alejandro Fajardo, Lucía Moscoso, Andrea Espinoza, Paulina Obrist, Nathalie Vergara, Andrés Crespo, Ángela Peñaherrera.
Ficha técnica cortesía de IMDB.com

domingo, 30 de septiembre de 2012

Depeche Mode o mi pacto unilateral contra la promiscuidad musical


Strangelove...


Con Depeche Mode y la música me sucede igual que con el amor. Alguna vez tuve la suerte de conocer a alguien tan, pero tan extraordinario que, después de él, ninguno pareció dar la talla. Hubo otros, a mi despecho no muchos, que a pesar de sus cualidades, nunca pudieron superar el examen comparativo con el personaje en cuestión. Lo mismo me pasa con DM; toda vez que descubro otra banda, debo forzosamente contrastarla con ellos, y no se puede, los estándares son demasiado altos como para pasar la prueba. Salvo las otras dos bandas que se ubican en mi Olimpo musical particular –The Cure y Tool–, ningún músico moderno se ha salvado de esta odiosa comparación.

La agrupación original (1980-1981) : Martin Gore,
Andrew Fletcher, Dave Gahan y Vince Clarke (Erasure)

Deduzco entonces que DM se ha convertido en una especie de seguro contra la melomanía, uno no muy grato, por cierto. A veces me lamento por haberlos conocido tan joven, y con ello haberme negado al placer de apreciar a otras bandas como se merecen. Lo admito, muchas, muchísimas son excelentes, me atrevería a decir que quizás más virtuosas pero –al igual que en el amor– mi pasión por ellas, pese a ser muy intensa y en ocasiones rayana en la obsesión, se esfuma pronto, mucho más de lo que desearía. Al final, siempre regreso a ellos. El amor verdadero existe, el mío –dejando a un lado a quien de ahora en adelante denominaremos el Señor X– se llama Depeche Mode.

A la salida de Vince Clarke en 1981, lo reemplaza Alan Wilder hasta 1995 (derecha)

Recuerdo con claridad la noche en que los conocí. No me pregunten por qué, pero estaba embarcada en el automóvil de mis primos –mucho mayores que yo– rumbo a un barrio de clase alta al que jamás he vuelto. Un portón ancho de metal nos abrió camino a una urbanización repleta de casas lujosas, edificadas sobre colinas, artificiales quizás. Mis primos debían encontrarse con sus amigos, que demoraban en salir; para amenizar la espera y no aburrir a sus pequeñas acompañantes –mi hermana, otra prima y yo– mi primo decidió que escucharíamos lo que, casi quince años después, adquirí a manera de CD original como los Singles 81-85 de la banda. Mágicamente, la casetera sonó al inicio de la más hermosa canción jamás escrita, musicalizada e interpretada; una especie de gemidos armónicos, sostenidos, daban paso a una clase diferente de sonido, que yo llamé robótico, pero que más adelante supe que debía llamársele, con corrección y respeto, electrónico. Una masculina y profunda voz, bien educada, sofisticada y sensual,  acabó sellando mi pacto de por vida con Depeche Mode. A ésta le sucedieron en orden otras, no menos bellas, no menos poderosas, nunca menos virtuosas. Atrás quedaron los días de Flans, Mecano y Hombres G. Había tomado la píldora roja; desde entonces, nada volvería a ser igual para mí. Tenía siete años.

Shake the Disease (1985) : La píldora roja

Resulta curioso que un acontecimiento aparentemente trivial se convierta en el que decida tu destino y forma de ver el mundo. Pasé de ser la potencial consumidora de productos para las masas, a escuchar Music for the Masses a una edad en la que las niñas debían preocuparse por aprender a bailar la coreografía de Me enamorado de un fan. No puedo mentir ni negarles que en todo este tiempo resbalé. Pero les aseguro que, de Joe de los New Kids son the Block, sólo me gustaba su físico ¡ja!; con Depeche Mode se trataba de algo más profundo, algo que sobrepasaba la barrera de lo estético. Es la admiración por la búsqueda de la perfección lo que me ha motivado siempre ha volver a ellos. La sofisticación, ese exquisito equilibrio rara vez visto en el arte contemporáneo, quizás en casos como el de Kubrick o Borges, en donde la popularidad va de la mano con la excelencia. Siempre me ha fascinado el hecho de que DM fuera un grupo tan comercial y  fiel a sí mismo al mismo tiempo, que no haya tenido la necesidad de recluirse en ninguna clase de círculo underground para ser considerada una banda de culto, devoción y adoración para sus admiradores. Si al Señor X –fanático a muerte de Tool– le sorprendía que alguien pudiera considerar a Depeche Mode como su banda favorita, a mí siempre me llamó la atención que esto no fuera así para un gran porcentaje de la humanidad.

DM en la actualidad: Martin Gore, Dave Gahan, Andy Fletcher

Han pasado veinticinco años desde el flechazo, he caminado junto a ellos en todas sus producciones discográficas y he sido testigo de su evolución: new wave, pop electrónico ochenteno, coqueteos con cuerdas y distorsiones grunge, hasta su regreso a las raíces revestido de madurez. Me importa poco esperar cuatro años para el lanzamiento de cada nuevo álbum. Estoy totalmente segura de que nunca me decepcionarán. A veces veo con sana envidia como mis amigos melómanos se entusiasman cada vez y cuando con bandas novedosas, sonidos eclécticos, colecciones enteras de música que quizás no les alcance la vida para escuchar. Créanme que lo he intentado. He procurado ilusionarme con uno y otro grupo musical que escucho por ahí y por allá, para ver si de una vez logro exorcizarme del pasado, pero algo falta. No puedo encontrar en ellos una suerte de alma que pueda vibrar con la mía como sucedió con Depeche Mode, allá por 1987. Me es imposible recrear la sensación, menos aún superarla. Lo mismo me pasa con este bendito asunto con el Señor X. Para estas alturas me he resignado a vivir con este tipo de limitaciones. La promiscuidad musical no es lo mío, como no lo es la promiscuidad en el amor. Lo mío es la idealización; si en algo he de destacarme, es en erigir pedestales, pero uno sólo para cada dios.

Uno de los mejores temas de la banda. Del álbum Ultra (1996-1997)

domingo, 23 de septiembre de 2012

Flesh+Blood (Los señores del acero, 1985)

Europa Occidental, 1501...



Mercenarios que trabajan para señores que les niegan la paga. La trama me resulta familiar. Tanto que podría homologarse con las prácticas del sistema económico actual. Esquema tan realista que casi fastidia verlo en una obra pensada para evadir al público de su situación fáctica. Para que yo pueda evadirme. Hace mucho tiempo que una película no me embadurnaba de crudeza, ni me salpicaba con su honestidad. Aquí no hay dragones ni magos que simbolizan la lucha eterna entre el bien y el mal. Aquí el prototipo del héroe de los mitos germánicos, marcado por un destino trágico pero consagrado a llevar a cabo grandes hazañas, es extrapolado a su opuesto exacto en donde el protagonista se vale del pensamiento mágico de sus secuaces para llevar sus acomodaticias intenciones hacia sus objetivos, siempre inmediatos: la supervivencia, la venganza y la obtención de riquezas. En Los señores del acero no hay espacio para alegorías, como sucede a menudo en la filmografía de su director, Paul Verhoeven; parecería que el holandés hubiese roto con su herencia cultural, con Sigfrido a la cabeza: su obra entera es un cántico al sobreviviente. De hecho, éste, como tantos otros trabajos del cineasta, prescinde de héroes, todos aquí buscan la conservación, se trata de ello: de no morir, de vivir el minuto, de urdir para no perder. Los señores del acero aparecen rabiosamente humanos, intentando subsistir de la forma en la que mejor se les da; sus armas son distintas (fuerza, sexo, astucia, conocimiento, oro) pero el objetivo siempre es el mismo: salvar el pellejo y si se puede, obtener un beneficio extra, de preferencia, de tipo económico.

Considerada como una película de culto por su colosal realismo, escenas sexuales rotundas –recargadas para algunos– exquisita ambientación y banda sonora, actuaciones más que convincentes –un notable  Rutger Hauer, una Jennifer Jason Leigh que nunca será más bella– y un guión que parece que, no llevando a ninguna parte, acaba narrando una historia tan memorable como cualquiera del Cantar de los Nibelungos, Los señores del acero es un trabajo que debe ser apreciado por el tratamiento poco convencional que le es dado por lo común a historias de épocas pasadas; un punto de vista despojado de todo romanticismo y nostalgia por tiempos mejores, que dota a los personajes de una humanidad privada de adornos y luchas dialécticas, que los arroja a batallar entre el caos y el sinsentido de la lucha por la perpetuación, el poder, la carne y la sangre.

Es una película difícil de encontrar, si quieren verla, éste es el momento.

Ficha técnica:
Título Original: Flesh+Blood
Año: 1985
País: Estados Unidos - España - Holanda
Dirección: Paul Verhoeven
Guión: Paul Verhoeven, Gerard Soeteman
Protagonistas: Rutger Hauer, Jennifer Jason Leigh, Tom Burlinson, Ronald Lacey.
Género: Aventura / Épico
Ficha técnica cortesía de: IMDB.com

martes, 18 de septiembre de 2012

Onironáuticas: La escritura como sueño lúcido.

Extracto del artículo publicado para la Revista Digital Argentina de Psicoanálisis y Cultura "Cita en las Diagonales".


Para leer el artículo completo, haz click aquí


Me pasa en ocasiones que escribo como sueño. Verán. Durante la experiencia onírica, me encuentro capaz de controlar ciertas situaciones, personajes y escenarios, no con la pericia que desearía pero sí con bastante tenacidad. Sucede que pertenezco a un selecto grupo llamado el de los onironautas, esos seres conscientes de sus sueños y con la facultad de tomar control de ellos en cierta medida, para su plena satisfacción o frustración eterna. Son los sueños caballos que se desbocan al primer descuido, si no se les sabe dominar con diligencia, y muchas veces, no logro gobernarlos del todo. Acaba una como zozobrando en un mar bravío, a expensas de la mar, consciente de tu situación de impotencia, y sin mucho que hacer al respecto, salvo dejarse ser.

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jueves, 30 de agosto de 2012

S-Killer



Una sensación de aquellas que te taladran la entraña en el momento mismo en el que has recibido una epifanía directo del aparato de televisión. Le ha sido la verdad revelada. Si continúas así, Tamara, acabarás como el asesino en serie, ése, que hablaba poco como tú, y no se relacionaba, como tú, y ¿sabes? Al igual que a ti, sus padres le obligaban a participar de actividades sociales, sin tú quererlo, por supuesto, y accedías porque de todas maneras con ellos no habría otra alternativa. Y –como te iba diciendo– acabarás como él, disolviendo los cuerpos de tus víctimas en ácido clorhídrico para acelerar la desintegración que sólo la podredumbre podría delatar –con esa peste– tus ansias macabras. Por supuesto, tú no te paseabas por los alrededores en tu bicicleta –y en plena pubertad– y te parabas a recoger cadáveres de zorrillos y perros para alimentar tu curiosidad. Pero por el mismo camino vas. ¿Sabes? Él nunca se casó, como tú jamás lo llegarás a hacer. Y vivía solo, en ese pequeño apartamento diseñado para empaquetar a las clases trabajadoras con algo de dignidad y… ambos tienen semejanzas, hasta lucen bien, y son amables. Igual que tú, Tamara.

Igual que tú.

Siempre pensé que iba a acabar como un mendigo pero jamás como uno de ellos. Yo lleno el perfil y esta es la prueba definitiva de mi culpabilidad anticipada. Habrá que quemar estas líneas, de una vez por todas.

¡Sí! Quémalas.

Así evitaré mi culpa. Qué cerca que estoy estos días del infierno, ya hasta he pisado la tierra más horas de las que le es permitido a alguien de mi condición. Debo cuidarme, mis desvaríos no deberán ser evidenciados con estas líneas. NOTA: Borrar esto también.

Casi siento que me ato a la tierra, de nuevo. Yo no soy el árbol. Soy el ave, maldita sea. Mis alas echan raíces, los nervios se transforman en nervaduras, la sangre es savia, está pasando. No. Todavía puedo volar.

Aún.

Todavía no son suficientes palabras como para haber escupido esto que siento.

No debo ver más, es mi deber depender de mi imaginación toda la semana. No alimentarme de nadie más que de mí misma. Debo practicar la autorreferencia.

¡Y si yo no fuera la fuente de la que se vierte el conocimiento? ¿y si estuviera condenada a buscar –allá lejos– lo que no encuentro? La autorreferencia, en ese caso, no tendría ningún sentido.
Siento culpa hasta de volar, de dormir, de ver una película, de escribir, de leer. En fin, de todas mis alternativas, de las únicas, todas.

Es como esos momentos en los que todo está tan claro que es imposible continuar, es tanta la lucidez que te impide encontrarle ningún sentido a cualquier actividad humana, incluida la tuya. Todo es para mí, nada más puedo compartir. 

¡Podré vivir de lo que escribo?

Indispensable es prescindir de la lucidez, alienarse de ella, de modo que no te alcance por un momento. Y cargarse, abarrotarse, embutirse en una maraña de información errante que acrecentará la sensación de haber adquirido conocimiento, cualquiera que éste sea. De la naturaleza que fuere. Para olvidar. Sí. Con ese único propósito. Olvidar que no importa cuánto sepas, jamás te enterarás de nada. Generarte una sensación de autosuficiencia que te haga prescindir de la soledad y hasta de la compañía humana y no humana. Tan sólo… sola… sólo hay esa palabra.

domingo, 26 de agosto de 2012

Apología de Xavier Dolan o “si quieres que las cosas salgan bien, hazlas tú mismo”


El Destino de un hombre es su carácter. 
Heráclito


Supongo que habrán reparado ya en la profunda admiración que siento por este joven cineasta canadiense y su soberbio pulso para salirse con la suya. Claro, no todo para él ha sido un prado de lavanda silvestre, y es que el carácter se forja con el sufrimiento. Y qué más angustia espiritual que la que implica el trabajo de un director de cine; es que no en vano, esta actividad se ha considerado como una de las profesiones con mayor nivel de dificultad en el mundo (si no me creen, consulten la biografía de George Lucas). De ahí que el hecho llevarla a cierto grado de maestría resulte especialmente raro y por tanto, digno de admiración. Podría decir, sin temor a equivocarme –y la falta de este sentimiento es bastante anormal en mi persona– que Xavier Dolan está muy bien encaminado. Y no es su fortaleza de carácter la que elogio (muchos de los grandes personajes de la historia deben su celebridad en gran medida a su recio temperamento), sino la extraña mezcla en proporciones exactas que hace que un director de cine posea, a la par de un gran talento artístico, el don del liderazgo, rasgo poco común en el ethos del artista, definido la mayor parte de las veces por un marcado individualismo.



Alejado por sus padres del hogar y el cine –en donde se desempeñó por años como niño actor– para ser ingresado en un internado en el campo, retornó con la firme idea de realizar la que sería su ópera prima Yo maté a mi madre , en la que descarga su furia contra la mujer por la que “mataría a todo aquel que le hiciera daño” pero que sin embargo “quiere a numerosas personas mucho más que a ella”. Este trabajo semi-autobiográfico le valió reconocimientos en Cannes y una ovación de pie por nueve minutos. Financiada –como lo expresan sus propias palabras– con el dinero y paciencia de sus amigos, Dolan asombra por su capacidad de gestionar desde los fondos monetarios para efectuar su visión del mundo a través del celuloide, hasta el guardarropa de los actores, del que se encargó en Los Amores Imaginarios, su segundo trabajo como director, guionista,  productor, jefe de vestuario y actor protagonista (¡!); en éste, Xavier Dolan explora las relaciones de amistad y el amor no correspondido con una carga de humor y sensibilidad sutilmente tasadas, y luego de haber triunfado en el Festival de Sidney edición 2010, duplicó su recaudación en taquilla y lo convirtió en un cineasta de culto entre el escaso público joven que todavía se resiste a considerar a todo hipster como la undécima plaga de Egipto.

Para los que odian a Xavier Dolan, les regalo este bonus:
el asesinato de su personaje en la película Martyrs

Precoz, sensible y abiertamente homosexual, Xavier Dolan se ha ganado ad honorem un lugar en la mira del cine contemporáneo de vanguardia. Que haya escrito su primera película a los 16 años y sea laureado en Cannes a los 19 por su dirección e interpretación, resulta por demás sorprendente; que ruede a razón de una película por año, fungiendo como escritor, productor, director y actor de la mayoría de sus trabajos, y sea comparado con los grandes de la cinematografía mundial con tan sólo 23 años, es realmente extraordinario.

Backstage de una sesión bizarre de fotos para la revista Vogue

lunes, 13 de agosto de 2012

El hombre de al lado: Tirano no es quien primero muere



Apostando a la honestidad de dos individuos que se han despojado de todo humanismo exacerbante, promotor de visiones idealizadas, y por ende, fantásticas, de la naturaleza del hombre, se puede afirmar sin vacilación que los realizadores argentinos Mariano Cohn y Gastón Duprat, han conseguido una propuesta cinematográfica que plasma de forma rotunda el fenómeno de la sofisticación de la lucha por la supervivencia, en donde tanto importan –por relevos– la fama y los recursos para erigirse como el macho alfa de la manada, como la viveza, la testosterona y el desparpajo.

 En esta desencantada visión de la cotidianidad, en donde la lucha de contrarios se ve constantemente maquillada por inútiles –e hipócritas, si que quiere– acercamientos de tregua, malogrados en su propósito, irritantes en su resultado, resulta difícil imaginar a algún humano que no pudiera sentirse identificado con alguno de los dos protagonistas de esta película en donde ambos juegan por turnos el papel de víctima y rufián, sin llegar a encasillarse en ninguno de ellos. Un guiño a la eterna obsesión por el poder, la autoridad sobre el destino propio a expensas del ajeno, que reproduce dentro de un microcosmos doméstico, ordinario y anodino, como si se tratara de un experimento de laboratorio en donde todas las variables están controladas, la eterna conducta del macho humano que acaba correteándole a su propia cola a fuerza de haber repetido hasta la saciedad (estupidez) la misma conducta una y otra, y otra vez, como la noria que gira en el vacío, eternamente, sin el auxilio de la gravedad.


Ficha técnica
Título original: El hombre de al lado
Año: 2009
País: Argentina
Directores: Mariano Cohn, Gastón Duprat
Reparto: Rafael Spregelburd, Daniel Aráoz, Eugenia Alonso, Enrique Gagliesi
Premios: 2010: Festival de Sundance: Mejor fotografía - Drama
              2010: Nominada al Goya: Mejor película hispanoamericana
Género: Drama / Comedia
Ficha técnica cortesía de Filmaffinity.com
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