Puedo en teoría escribir sobre demasiados temas. Ninguno -sin embargo- se me viene a la cabeza ahora. Nunca.
No he sido una buena niña el día de hoy, y francamente, tampoco lo he sido esta noche. He malbaratado una vez más lo que comúnmente se dice -y en jerga de la Nueva Economía- mi activo más importante, el tiempo. Ignoro si lo poseo; éso, el tiempo. O es él quien me posee a mí. No, claro que no. Él definitivamente no figura como mi dueño. He sido desde hace tanto tierra de nadie, en donde ninguno -menos yo- manda. Esperen, miento de nuevo. Hay alguien, ah ¡sí! Él; mi demonio. Y digo mío porque no se me ocurre ningún otro calificativo; por supuesto, no me pertenece. Tendría -si ese fuera el caso- alguna especie de dominio sobre él. Pero pasa al revés. Es él quien me posee, en el estricto sentido de la palabra. Asumo, siendo gentil para conmigo misma, que yo lo he creado. ¿O se ha creado solo? Quizás lo dejé hacer; digo, hacerse a sí mismo a través de mí, o -mejor dicho- a pesar de mí. O como diría Ernesto, precisamente debido a mí. Ha vivido a costa mía y moriría si muero, si tal clase de demonios no trascienden la carne del cerebro. ¿Y si, después de todo sí? Mudará de mi inerte cuerpo para albergarse en otro huésped, tan dado a la fantasía y al soñar despierto como yo, y hallará en su debilidad el terreno propicio para asentarse, de nuevo.
Ojalá me muera pronto, entonces.
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Muy buen post.saludos
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